EL CERRO DE LA MONA

Hace muchos años, en el Cerro de la Mona, tenía lugar durante las noches de Semana Santa un extraño acontecimiento…

Cuentan los vecinos del lugar que se escuchaba a altas horas de la noche una melodiosa voz entonar las mas hermosas canciones.  Los hombres se sentían atraídos y con gran ansiedad trataban por todos los medios de localizar el lugar de donde provenía aquella voz de mujer. Muy pocos fueron los afortunados que lo consiguieron y era tanta la admiración al verla, que quedaban atónitos al contemplar de cerca aquella musa, quizá ángel, porque se parecía a las pinturas que pendían en los altares de las iglesias, con la única diferencia que esta estaba viva y sentada sobre una piedra, bañada por la luz de la luna.  La dulce mujer casi una niña al sentir la presencia humana desaparecía.

Una noche un osado caballero logro acercarse y pudo mirarla a su antojo: estaba sobre la piedra, su pelo largo y lacio le cubría la espalda, con la luz de la luna se reflejaba el brillo dorado de sus hebras, la piel era blanca, sus ojos verdes como las hojas de los árboles en los primeros días de invierno, mientras cantaba, peinaba su cabellera con una peineta de oro.  Como arrastrado por una fuerza extraña, nuestro hombre se puso frente a ella.  La bella mujer se sorprendió; pero paulatinamente, una sonrisa enigmática apareció en sus labios y con una voz cautivante pregunto:

– ¿Qué quieres, la peinilla o la peineta?

El aturdido respondió:

– La Peineta.

La niña se puso a llorar y desapareció.  El hombre, entristecido, regreso a su casa; durante varias noches acudió al cerro pero de ella no había ningún rastro.  Paso un largo año y una noche, cuando las voces de la ciudad se habían apagado, de la parte más alta del cerro de la Mona, surgió la mágica voz; aquel hombre al escucharla corrió hasta el sitio de la piedra.  Allí estaba ella en actitud de espera. Al verla le dijo:

-Te esperaba, sabía que vendrías.

-Si, todas las noches he soñado con este momento. ¿Qué quieres de mí?

– Se que eres un hombre valiente y bueno; quiero ayudarte para que seas rico y feliz para toda tu vida; pero, antes tendrás que hacer algo por mí.  Deseo que vengas mañana cuando las campanas de la iglesia anuncien las doce de la noche; trae una soga, y, por favor, ven solo.  A media noche el hombre sale de su hogar rumbo al sitio de la piedra.

La joven le ordena que la ate fuertemente y la lleve a la ciudad, que no tenga miedo si se convierte en serpiente, pues, eso es parte del hechizo que pesa sobre ella; además, le advierte que trataran de atacarlo, pero que no se detenga.

El hombre hizo lo que ella le había ordenado.  Camino un largo trecho.  Se sentía cansado por el peso de la joven, además, a su paso las piedras se convertían en fieras salvajes, en monos de todos los tamaños que danzaban frenéticamente ante sus ojos.  De pronto, un silbido penetrante de culebras lo hace detenerse.  La joven como obedeciendo a un conjuro, se transformó en serpiente; el terror se apodera de él, sin poder más, la suelta.  Se escucha un hondo gemido y una voz que decía: Cobarde, cobarde, eres un cobarde.  El viento comenzó a sollozar entre las hojas de los árboles, la serpiente se convirtió otra vez en mujer, los animales en piedras y ella desapareció.

Cuentan que aquella voz no dejo vivir tranquilo a este pobre hombre.  Un día lo hallaron muerto junto a la piedra grande que hasta hoy existe.

Desde entonces, nadie ha vuelto a escuchar esa sugestiva voz de mujer, o si alguno la ha oído el temor lo ha hecho callar.

Pero quienes la vieron dicen que era muy bella, con su piel blanca, sus grandes ojos verdes, su cabellera larga y dorada adornando su figura.

Agradecimiento a la Sra. Aracely de Molina por esta publicación

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