El ceviche con maní es un plato emblemático de la gastronomía ecuatoriana, especialmente asociado con la región de Jipijapa, en la provincia de Manabí. Su origen se atribuye a José Gregorio Gutiérrez Riofrío, conocido como Don Pepe, quien en 1963 comenzó a vender ceviche en un pequeño quiosco en Jipijapa. Buscando una forma de destacar su producto, decidió incorporar maní quebrado y aguacate a la receta tradicional de ceviche, creando así una combinación única que rápidamente ganó popularidad.
Preparación del Ceviche con Maní
El ceviche se elabora con pescado blanco fresco, comúnmente picudo o wahoo, que se corta en cubos pequeños y se marina en jugo de limón durante aproximadamente doce horas. A esta mezcla se le añaden cebolla, pimiento, cilantro y lechuga. El toque distintivo es la pasta de maní diluida, que se incorpora junto con una rodaja de aguacate y se acompaña de chifles (plátano verde frito) y ají a gusto para realzar el sabor.
Significado Cultural
Este plato ha trascendido su origen local y se ha convertido en un símbolo de la identidad gastronómica manabita. En 2013, se instituyó un festival en Jipijapa para celebrar el ceviche con maní, donde varias cevicherías participan mostrando sus mejores versiones del platillo. Este evento atrae a miles de visitantes y destaca la rica tradición culinaria de la región. El ceviche con maní no solo es un deleite para el paladar, sino que también representa una fusión cultural entre las tradiciones indígenas y los ingredientes traídos por los colonizadores. La pasta de maní es un componente fundamental en muchos platos típicos de Manabí, lo que resalta su importancia en la cocina local.
Legado Familiar
Don Pepe dejó un legado significativo al transmitir su receta a sus cuatro hijos, quienes han expandido el negocio familiar a otras ciudades como Guayaquil y Quito. Su marca ha sido reconocida y patentada desde 2015, consolidando aún más el ceviche con maní como una especialidad nacional. En resumen, el ceviche con maní no solo es un plato delicioso; es un símbolo cultural que refleja la historia y las tradiciones culinarias del Ecuador.
La Dama Tapada es una de las leyendas más emblemáticas del folclor ecuatoriano, especialmente en la región de Jipijapa y sus alrededores y en las zonas rurales del cantón Guayaquil. Esta figura misteriosa ha capturado la imaginación popular desde hace siglos, y su relato ha sido transmitido de generación en generación, enriquecido con diversas versiones y matices.
Origen y Descripción de la Leyenda
La leyenda de La Dama Tapada se remonta a finales del siglo XVII, cuando se empezó a contar sobre una mujer enigmática que aparece en las noches oscuras. Se dice que es una mujer de gran belleza, siempre vestida con un elegante manto negro que oculta su rostro. Su presencia es hipnótica, y su fragancia, similar a la de jazmines o violetas, atrae a los hombres solitarios que transitan por calles poco iluminadas. Algunos relatos sugieren que La Dama Tapada tiene la capacidad de seducir a sus víctimas, llevándolos hacia lugares solitarios donde revela su verdadero rostro: un semblante descompuesto o incluso una calavera. Este descubrimiento provoca terror absoluto, y muchos hombres han muerto o han quedado traumatizados tras el encuentro
Variantes de la Leyenda
A lo largo del tiempo, han surgido diversas versiones de esta leyenda. En Guayaquil, se dice que La Dama Tapada aparece cerca de un árbol de tamarindo; en Riobamba, se relaciona con un juego de naipes fatídico; y en Ibarra es conocida como «la Vergonzante del pretil». Cada región aporta su propio contexto cultural y elementos únicos al relato.
Uno de los relatos más conocidos involucra a un joven llamado Mario que se enamora de La Dama Tapada. Tras entablar conversación con ella, desaparece sin dejar rastro. Otro relato describe a un músico que, al intentar acercarse a ella, se encuentra con un rostro esquelético que lo lleva al borde del abismo
Significado Cultural
La Dama Tapada no solo representa el miedo a lo desconocido, sino también sirve como advertencia para los hombres sobre los peligros de transitar solos y ebrios por las calles. Esta leyenda ha sido utilizada como una forma de control social para desalentar comportamientos considerados inapropiados45.A través del tiempo, ha evolucionado hasta convertirse en un símbolo del folclor ecuatoriano, reflejando las ansiedades y temores de la sociedad. Su historia sigue viva en la cultura popular, siendo contada en diferentes formatos como cuentos, películas y obras teatrales.
La Dama Tapada es más que una simple leyenda; es un fenómeno cultural que encapsula el misterio, el miedo y la fascinación por lo sobrenatural en Ecuador. Su historia continúa resonando en las generaciones actuales, manteniendo viva la tradición oral que caracteriza al país.
La leyenda del Tintín forma parte del folclore costero ecuatoriano, donde se le conoce también como El Duende, El Malo o El Diablo. Según relatos recogidos por Peli Gotisolo en su obra «El montubio. Hombre de pensamiento mítico» (Quito, 1998), este ser se manifiesta en lugares solitarios y en momentos inesperados, atacando o seduciendo a las mujeres, lo que da lugar a historias de embarazos extraños y criaturas mitad humanas y mitad animales.
La testigo Julia describe haber visto al Tintín como un jinete vestido de negro, con sombrero y capa, quien intentó llevarse a su esposo. En Palenque, se vincula con un misterioso jinete nocturno, cuya presencia coincidía con la enfermedad de un hombre que habría pactado con el Diablo. El ruido de los cascos desapareció al marcharse este individuo.
La figura del Tintín también refleja tabúes sociales, como el incesto, según la historiadora Jenny Estrada. Se le describe como un enano grotesco con un sombrero descomunal, pies torcidos y un miembro viril exagerado, que emite un lúgubre silbido mientras acecha a mujeres casadas o solteras. En su enamoramiento, utiliza artimañas mágicas para hipnotizarlas y controlarlas.
El Tintín no solo es un personaje aterrador, sino también un símbolo de tensiones culturales y sociales, representando lo masculino y lo femenino, lo sagrado y lo profano. Su leyenda sigue viva como una pieza clave del pensamiento mítico montubio y del folclore de la región litoral de Ecuador.
A la Madre del Monte se le atribuían apariciones que aterraban a los viajeros en los caminos rurales. Se subía a los caballos y los acompañaba sin que los jinetes lo notaran, y cuando se daban cuenta, el susto era enorme. Solía aparecer en zonas altas del camino o junto a los árboles, lo que generaba problemas frecuentes para quienes viajaban de noche.
En algunas ocasiones, su repentina aparición asustaba a los animales, haciendo que lanzaran al jinete al suelo. Se cuenta que un hombre borracho, buscando más alcohol, se topó con la Madre del Monte al subir una colina. «¿Quién eres?», le preguntó. «Soy tu compañera, ven, súbete», le respondió. Pero el caballo se encabritó y los lanzó a ambos, huyendo a toda velocidad. La Madre del Monte desapareció entre la espesura, esperando su próxima oportunidad.
Este mito podría ser la personificación de la naturaleza, que a través de las leyendas, intenta advertirnos del daño que le causamos. Es un recordatorio de su desesperado clamor. Todas las culturas han incluido en sus mitos y leyendas la voz de la tierra y el agua, elementos primordiales que han sido maltratados por el hombre.
La Madre del Monte es una deidad protectora de los ríos, quien envenena las aguas para evitar que otros se bañen con ella. Pero no solo los ríos tienen leyendas, también las montañas y las sierras, donde se cree que habita la Madre del Monte.
Este mito es universal y se encuentra presente en diversas regiones de Europa, aunque con variaciones. En la versión campesina de nuestra región, la Madre del Monte es una figura corpulenta, con un rostro que mezcla rasgos humanos y animales, y con grandes colmillos afilados.
En los tiempos de antaño solían ir las mujeres de Jipijapa a los manantiales de Chocotete a lavar la ropa. Cargaban los grandes atados sobre los mulares y con los primeros rayos de sol llegaban hasta aquellos bellos parajes. Cerca de los lugares donde manaba aquella cristalina agua se hallaban colocadas piedras grandes y lisas. Ayudadas con el “mate ancho” recogían el agua que a borbotones salía de la tierra.
Estos lagrimales se hallaban al pie de una ladera, en la parte superior de esta, había un árbol de naranjo, que por extraño que os parezca todo un siempre, sin importar que fuera invierno o verano, se hallaba cargado de hermosas y dulces naranjas que provocaban a las personas que las miraban.
Cuentan las señoras lavanderas que el árbol permitía que cogieran sus frutos solamente para ser consumidos en el lugar. El ¿Por qué? Nadie lo podía adivinar. Lo cierto es que un día un joven desoyendo la voz de sus mayores trato de llevarse las naranjas a su casa, pero cual no sería su sorpresa que, ante sus ojos, el paisaje del lugar cambio totalmente, una vegetación exuberante dio paso a las matas de cerezo, moyuyo, obos y cactus.
Asustado, busca el camino que da a los manantiales, no lo haya, en su lugar un pequeño lago emerge, peces dorados que saltan en el agua azulada, murmullos extraños, lamentos apagados, como si las plantas cobraran vida, conversan entre ellas; variedad de pájaros revoloteando entre los árboles. A lo lejos deslumbra un camino, corre hacia el, avanza y llega otra vez al árbol de naranjo.
Agotado se deja caer, las naranjas ruedan por el suelo, la vegetación desaparece, el paisaje vuelve a ser el mismo; el, enloquecido corre hacia donde escucha la voz de las lavanderas, les comunica lo que sucedió, ellas miran hacia el árbol y una sonora carcajada se desprende de las ramas del naranjo.
Con el pasar de los años se fue perdiendo la vegetación del cerro, hasta convertirse en un risco. Al árbol, ya nadie lo ha visto, pues un día desapareció de la misma forma que emergió de las entrañas de la tierra.
Eran los anos de 1950 y tantos; existió una ancianita, que vivió en la parte alta y hacia un lado de a boca del pozo grande de Choconcha. Una mañana la salude y hablando de las cosas del lugar, me contó la siguiente leyenda:
Había un pozo, allá.- Me señalo con el dedo- ancho en la superficie y estrecho en el fondo, como un embudo, de un metro de profundidad y en su fondo existían dos grandes piedras, separadas por un espacio de una cuarta, por donde fluía el agua. Era tal la cantidad de agua, que se desbordaba hacia el río.
Esta fuente, estaba situada a seis metros de la rivera derecha del rio que viene de Tierra Amarilla; casi en su unión con el rió de la Pita. El agua era muy fina, la gente sacaba en agua con baldes, para lavar y enjuagar la ropa.
Se corría el rumor, que este pozo estaba encantado; que en las noches, desde el fondo brillaba una luz intensa que agitaba las aguas, encrespándolas como olas, y que, en el día se escuchaban fuertes ruidos, sobre todo en la hendidura por donde salía el agua.
Un buen día, ya en la penumbra, una señora de unos 25 anos más o menos, de talla mediana, tez blanca, de fina silueta, hermosa por cierto, fue a traer agua, y, al lanzar el balde, una mano negra agarro el recipiente. Horrorizada, la dama grito y todas sus compañeras lavanderas fueron a verla. La encontraron estática como una estatua hacia un lado del pozo. No hablaba, estaba pálida y fría. Se desvaneció y cayo al suelo. Sus compañeras trataron de auxiliarla, haciéndole oler espíritu (agua de colonia y agua florida), luego, recobro el sentido, una vez repuesta, contó lo ocurrido.
Los curiosos fueron a ver el pozo, encontraron el balde, nadando en la superficie. El agua brotaba con mayor intensidad, se formaban olas, que hacían tronar la fuente. Algunos dijeron, que el duende del pozo, estaba enfurecido porque no pudo agarrar la presa; otros, que el encanto se había roto, y, unos pocos no creyeron en el relato, comentando que la señora estaba loca.
Pasaron los días, hasta que llego a lavar una linda muchacha, tendría unos 18 anos, no era de estos lados, había llegado con las cosechas de café y luego habiase quedado trabajando como lavandera, ya que se había enamorado de un muchacho de apellido Parrales. Ella lavaba en la piedra mas próxima al pozo, mas o menos a unos tres metros del pozo.
Cuentan quienes la conocieron, que era una muchachita alegre, de sonrisa encantadora, que siempre tarareaba canciones mientras lavaba. A esta jovencita de ojos color miel y cuerpo muy bien definido, ya le habían advertido, que no fuera al pozo sola porque había un encanto. Que el extraño sujeto que moraba en el pozo, se enamoraba de muchachas bellas como ella, al escuchar la advertencia, ella rió, y expreso que no creía en cuentos.
Cierta tarde de verano, cuando la mayoría de lavanderas se habían retirado del lugar y apenas quedaban unas cuatro, siendo alrededor de las seis de la tarde, esta muchachita tarareando canciones de la época, caminaba hacia el pozo. Por su actividad, su vestimenta se había mojado, su ropa se pegaba al cuerpo, dejando ver su esculpida silueta, lanzando un suspiro, tiro el balde para llenarlo. Fue en ese instante, que se escucho un gran estruendo, las piedras se abrieron…… salio una mano negra que agarrando la muñeca de la linda doncella, la tiro hacia dentro del pozo. Alcanzo a gritar, y desapareció. Sus compañeras, al escucharla fueron en su ayuda, mas no la encontraron, solo flotaba el balde y un cintillo que momentos antes adornaba su cabeza. Escucharon un ruido ensordecedor y misterioso que emergía del fondo, y que se diferenciaba del burbujear del agua. A todos invadió pánico y miedo……Todos huyeron como potros salvajes, dejando pertenencias, ropa y todo abandonado… Nadie se atrevió a regresar, sino hasta el día siguiente.
La noticia corrió como pólvora encendida, cundió el terror y el pánico. Al día siguiente, cuando los aldeanos trataron de limpiar y mover las piedras del fondo de la fuente, no lograron nada, y desde entonces, en cada atardecer se escucha una música añeja, que mantuvo a la gente aterrada, al extremo que nadie se atrevía a caminar por allí.
Con el pasar del tiempo, se acostumbraron a escuchar las melodías, que se confundían con el susurro del viento, el bramido del follaje de los árboles, pareciendo que danzaban al ritmo de la misteriosa sinfonía.
Años mas tarde, al romperse la represa de Tierra Amarilla (embalse de agua), todo esto se inundo, el pozo quedó enterrado y ya nadie se atrevió a limpiarlo, tal vez por temor o porque lo olvidaron.
Actualmente, en la agonía de cada atardecer, hacia la superficie de la tierra, el lugar donde existió del pozo, se suele escuchar esa melodía de aquellos viejos tiempos, no se sabe, si es que el alma pena, o es la felicidad de esos amantes.
Hace muchos años, en el Cerro de la Mona, tenía lugar durante las noches de Semana Santa un extraño acontecimiento…
Cuentan los vecinos del lugar que se escuchaba a altas horas de la noche una melodiosa voz entonar las mas hermosas canciones. Los hombres se sentían atraídos y con gran ansiedad trataban por todos los medios de localizar el lugar de donde provenía aquella voz de mujer. Muy pocos fueron los afortunados que lo consiguieron y era tanta la admiración al verla, que quedaban atónitos al contemplar de cerca aquella musa, quizá ángel, porque se parecía a las pinturas que pendían en los altares de las iglesias, con la única diferencia que esta estaba viva y sentada sobre una piedra, bañada por la luz de la luna. La dulce mujer casi una niña al sentir la presencia humana desaparecía.
Una noche un osado caballero logro acercarse y pudo mirarla a su antojo: estaba sobre la piedra, su pelo largo y lacio le cubría la espalda, con la luz de la luna se reflejaba el brillo dorado de sus hebras, la piel era blanca, sus ojos verdes como las hojas de los árboles en los primeros días de invierno, mientras cantaba, peinaba su cabellera con una peineta de oro. Como arrastrado por una fuerza extraña, nuestro hombre se puso frente a ella. La bella mujer se sorprendió; pero paulatinamente, una sonrisa enigmática apareció en sus labios y con una voz cautivante pregunto:
– ¿Qué quieres, la peinilla o la peineta?
El aturdido respondió:
– La Peineta.
La niña se puso a llorar y desapareció. El hombre, entristecido, regreso a su casa; durante varias noches acudió al cerro pero de ella no había ningún rastro. Paso un largo año y una noche, cuando las voces de la ciudad se habían apagado, de la parte más alta del cerro de la Mona, surgió la mágica voz; aquel hombre al escucharla corrió hasta el sitio de la piedra. Allí estaba ella en actitud de espera. Al verla le dijo:
-Te esperaba, sabía que vendrías.
-Si, todas las noches he soñado con este momento. ¿Qué quieres de mí?
– Se que eres un hombre valiente y bueno; quiero ayudarte para que seas rico y feliz para toda tu vida; pero, antes tendrás que hacer algo por mí. Deseo que vengas mañana cuando las campanas de la iglesia anuncien las doce de la noche; trae una soga, y, por favor, ven solo. A media noche el hombre sale de su hogar rumbo al sitio de la piedra.
La joven le ordena que la ate fuertemente y la lleve a la ciudad, que no tenga miedo si se convierte en serpiente, pues, eso es parte del hechizo que pesa sobre ella; además, le advierte que trataran de atacarlo, pero que no se detenga.
El hombre hizo lo que ella le había ordenado. Camino un largo trecho. Se sentía cansado por el peso de la joven, además, a su paso las piedras se convertían en fieras salvajes, en monos de todos los tamaños que danzaban frenéticamente ante sus ojos. De pronto, un silbido penetrante de culebras lo hace detenerse. La joven como obedeciendo a un conjuro, se transformó en serpiente; el terror se apodera de él, sin poder más, la suelta. Se escucha un hondo gemido y una voz que decía: Cobarde, cobarde, eres un cobarde. El viento comenzó a sollozar entre las hojas de los árboles, la serpiente se convirtió otra vez en mujer, los animales en piedras y ella desapareció.
Cuentan que aquella voz no dejo vivir tranquilo a este pobre hombre. Un día lo hallaron muerto junto a la piedra grande que hasta hoy existe.
Desde entonces, nadie ha vuelto a escuchar esa sugestiva voz de mujer, o si alguno la ha oído el temor lo ha hecho callar.
Pero quienes la vieron dicen que era muy bella, con su piel blanca, sus grandes ojos verdes, su cabellera larga y dorada adornando su figura.
Agradecimiento a la Sra. Aracely de Molina por esta publicación