A la Madre del Monte se le atribuían apariciones que aterraban a los viajeros en los caminos rurales. Se subía a los caballos y los acompañaba sin que los jinetes lo notaran, y cuando se daban cuenta, el susto era enorme. Solía aparecer en zonas altas del camino o junto a los árboles, lo que generaba problemas frecuentes para quienes viajaban de noche.
En algunas ocasiones, su repentina aparición asustaba a los animales, haciendo que lanzaran al jinete al suelo. Se cuenta que un hombre borracho, buscando más alcohol, se topó con la Madre del Monte al subir una colina. «¿Quién eres?», le preguntó. «Soy tu compañera, ven, súbete», le respondió. Pero el caballo se encabritó y los lanzó a ambos, huyendo a toda velocidad. La Madre del Monte desapareció entre la espesura, esperando su próxima oportunidad.
Este mito podría ser la personificación de la naturaleza, que a través de las leyendas, intenta advertirnos del daño que le causamos. Es un recordatorio de su desesperado clamor. Todas las culturas han incluido en sus mitos y leyendas la voz de la tierra y el agua, elementos primordiales que han sido maltratados por el hombre.
La Madre del Monte es una deidad protectora de los ríos, quien envenena las aguas para evitar que otros se bañen con ella. Pero no solo los ríos tienen leyendas, también las montañas y las sierras, donde se cree que habita la Madre del Monte.
Este mito es universal y se encuentra presente en diversas regiones de Europa, aunque con variaciones. En la versión campesina de nuestra región, la Madre del Monte es una figura corpulenta, con un rostro que mezcla rasgos humanos y animales, y con grandes colmillos afilados.