Rondaba principalmente por las calles centrales del pacifico Jipijapa de los 80s. Quizá desde cuando llegó?. Lo sé porque mi padre acostumbraba en su almacén a cambiarle monedas que conseguía de la caridad, por billetes, que sin duda le resultaban mas fáciles de cargar.
Ese suelto. Los viejos sucres. Que en realidad, mi padre, aparte de cambiarle solía aumentarle unas pocas monedas y siempre, o casi siempre, era la escusa de una larga conversación.
Era el Brujo. Matanena, Come Ratas, como los pequeños y no tan pequeños pícaros acostumbraban a gritarle. A veces se defendía con piedras o trozos de cemento, otras con un palo. Era un hombre bajo. Cara redonda, arrugada. Las cataratas trataban de ocultar unos ojos claros, mantenía una barba ya blanca como el pelo hasta que a alguna persona caritativa se le ocurría cortárselos. A rape. Como todo loco que se respeta…
Se hacía llamar Aparicio Armijos mi padre suponía que era lojano. Por su acento, definitivamente serrano. Por sus historias. Hablaba de que venía de un sitio llamado «Cangüamaná»(Gonzanamá?), manifestaba su odio hacia los peruanos que pretendieron invadir su tierra, así como también odiaba a ciertos caballeros de la ciudad que en algunos casos ya habían muerto y a quienes confundía con sus descendientes.
Así como odiaba a los peruanos, gustaba de las mujeres. Pero no cualquiera, tenían que ser «pimellitas»(Jóvenes? Jovencitas?).
Se vestía supongo que de lo que le regalaban. Las bastas de su pantalón siempre dobladas como en un estilo militar(?). Tengo la impresión de que muchas veces calzaba botas, claro, viejas. A este atuendo acompañaba un saquillo de nylon cruzado por su torso a manera de como las indígenas llevan a sus bebés. De este sacaba un arsenal de monedas envueltas en fundas de plástico, billetes, de la misma forma, un surtido de piolas, trozos de papel de empaque y periódicos. Y a veces supongo que comida.
Pero lo que más llamaba la atención era que llevaba siempre un bastón. En realidad un palo, que mas que servirle de apoyo pienso que le servía de báculo. El decía que su bastón estaba «curado». En realidad una vez, sin querer, pateé su codo y con un movimiento de su bastón y un gesto de persignar con su mano «maldijo» mi pie que lo golpeo. Gracias que todavía lo tengo, aunque una vez me fracturé esa rodilla. Tal vez de aquí se origina lo de «Brujo».
No sé cuantos años merodeo por Jipijapa. Recuerdo que varias veces lo recogieron para llevarlo de la bodega en que dormía alimentándose de ratones, decían, hacia algún hospicio de buena voluntad. Pero siempre se las ingeniaba para regresar. Aún no entiendo el afecto que le tenía mi padre. Suficiente para motivar a un hombre a pararnos un día por la calle para decirnos que el «Brujo «se estaba muriendo. Y así, sin más, pienso que murió rodeado de la caridad característica de los jipijapenses. Quiero pensar que murió en paz. No recuerdo si estuvo enfermo, si fue rápido. Pero espero que esté en un lugar de paz en donde nadie quiera invadir su tierra, rodeado de «pimellitas» y más que nada donde nadie le grite Matanena…
Autor: Carlos Luis Gonzalez